lunes, 27 de abril de 2009

Noche mágica


Toda la que ven es buena gente...bueno...salvo yo. Gente de reinos como Colombia, México, Fiji, Japón, Taiwan, Argentina, Jupiter, Esquel.
Una cosa de locos. Hubo tragos, caras bonitas, bailongo y demás elementos festivos no aptos para cardíacos.

miércoles, 22 de abril de 2009

Dos potencias en acción


Sí, P&D. Pat y Darío más allá de todo paradigma.
Aquí vemos:
1. Pat: portando un lápiz con energía superior de Stonehenge decidiendo el curso de la educación en la Argentina.
2.Darren: se lo nota algo disperso, con un atuendo poco convencional tratando de entender el plan que tiene que resolver.
Una NQN foto.

Momento Retro


Esta foto es un canto de vida y esperanza para toda la Humanidad. Chicos de todas las razas y estilos unidos bajo un mismo Darren en una isla cerca de Camboriú en el 2007.

Ana Belén viaja rumbo al sur

Norte. Sur. Este. Oeste. Sur. Norte. Oeste. Este. Oeste. Norte. Este. Sur. De nuevo. Ya se perdió. Cómo no perderse con esta mañana dorada de abril. Para no perdérsela agrega luego de mirar de cara al sol. Con anteojos oscuros puestos sobre sus dos ojos y apoyados sobre su fino tabique nasal.

Es que salió de su casa decidida. Decidida a. Se vistió con un suave vestido. Qué vestido le gustaría se preguntó temprano. Al alba. Le debe gustar uno como. No. Mejor. No, tampoco. A ver. Éste, sí. Sí. Lo sacó de la percha muerta y se lo puso sobre sus carnes vivas. Un vestido de lino, fresco, de veranos y soles, y nubes con formas. Antes de tomar las llaves del auto, tomó un sombrero. Esos como usan en el Caribe. También escogió a último momento un pañuelo largo de gasa con flores en colores vivos. Todos los colores están vivos se retrucó para sus costados.

Busca ahora en su cartera blanca. Una brújula que le regaló su abuelo cuando tenía. Hace más de treinta años. La brújula del abuelo. Allí está. No en la cartera. En el auto. En la guantera. En la guantera de su auto casi de colección, convertible. Se sienta, parasoles puestos, pañuelo al cuello, sombrero en posición y brújula en mano. Sur. Norte. Este. Oeste. Vuelve la vista hacia su casa. Aquella que hace instantes dejó para ponerse al volante de su auto descapotable. Se regocija en darse cuenta que ha dejado las ventanas abiertas, los postigos bien de par en par. Para que entre el. Para que entre todo el aire y todo el sol de la mañana y de la tarde. Para que la noche se crea una ladrona con suerte y entre soplando las cortinas y quizás dando contra el piso algún jarrón. Algún portarretratos. Una foto de ellos.

Deja la brújula en el asiento del acompañante. Se sonríe. Le sonríe al espejo retrovisor. Toma el volante con ambas manos. Trata de decidir un rumbo. Norte. Oeste. Sur. Este. Se confunde y vuelve a empezar. A ver. Sur. Este. Norte. Oeste.
Norte.
Sur.
Este.
Oeste. Nortesuresteoestenortesuresteporquemecuestatantodejarteiroestesurnorteoesteesteesteoestesurnorte. Enciende el auto. Ya luego de haber andado unos kilómetros repara en un detalle. A ver si lo traje le pregunta a esa mujer que ve en el retrovisor. Aquí está. Pasa las primeras pistas de largo. No le interesan porque ya. Prefiere la que tiene en mente. Pista siete. Siente debilidad por la canción siete. Ese sonido de tren. Formación que se acerca tímida a un pueblito en plena meseta. La estepa árida y rica. Va sola por la ruta. Ya le toca el turno de cantar. Y canta.


Viajo en busca de un antiguo mar[1]
Tu recuerdo me abre un sentimiento
Vuelan las aves que perdieron su hogar
Sin rumbo van como nubes de viento



No es ella un tren. No va por la estepa. Va por una ruta. Una ruta que pronto la pondrá de cara al mar. Eso sí es cierto. También es cierto que su recuerdo le abre un sentimiento. Y que pronto verá cientos de aves flotar a gusto. También es cierto eso. Pero no lo quiere asegurar tanto todavía. Al menos hasta que no las distinga en el cielo.


Dejé en casa las tablas de la ley
Voy a tirar mis dudas a la carretera
Soy de todos porque de nadie soy
Jamás el horizonte necesita fronteras



Jamás una canción le ha venido tan de sastrería. Su alegría la lleva a acelerar. Lo suficiente como para dejar librado a su merced al sombrero caribeño. Adiós sombrero lo saluda. Un gusto haber compartido mi cabeza contigo. Hasta la vista amigo. Ya el pañuelo de colores flamea enroscado sueltamente a su cuello. Su cuello fino. Blanco.

Gira en una rotonda y toma rumbo sur, hacia el mar amplio, sereno, de costas rocosas, con África, allá, de cara a ésta. Su ruta de viaje. Piensa en él todo este tiempo, lo cree ver sosteniendo la brújula para guiarle el camino, la huella, el sendero, la línea de constelaciones que la llevarán hasta su pequeña casa de juguete.



Rumbo al sur
Conduzco rumbo al sur
Jaras y tomillares y campos de olivares
Rumbo al sur

Rumbo al sur
Conduzco rumbo al sur
Jaras y tomillares y campos de olivares
Voy rumbo al sur



Arroja los anteojos al campo porque no quiere perderse detalle. Quiere contarle todo lo que ha visto esta mañana, desde que descalza apoyó los pies en las baldosas frescas de su cuarto, hasta este sol radiante que inunda todo el cielo arriba y todo el campo abajo. Quiere contarle que ya dejó la religión, los ideales, la política, los grupos académicos, las charlas con intelectuales. Nunca los soportó. Rara vez los escuchó atentamente.

Le cuesta concentrarse en la ruta cornisa. Quiere. Quiere sentir el sol en sus ojos. Suerte que se vistió tan fresca. Decide quitarse ese pañuelo. Mejor. No. Mejor no. Lo voy a usar como señal de pertenencia. Fue su último regalo. El regalo por el que todo empezó esta mañana. Quiere llegar pronto. Tiene impaciencia. Ansiedad. Alegría de volver a verlo. No quiere mirar hacia atrás pero la memoria amenaza con invadirla e imponerle un bloqueo comercial, un protectorado bajo la ley del miedo y la parálisis. Lucha por seguir manejando. Abajo ya puede ver las primeras casas a la distancia. Blancas. El puerto. Barcos blancos.


El sol me lanza semillas de calor
Sé que estás lejos pero estoy contigo
Me roza la tristeza en el retrovisor
Hago un brindis por los temores idos



Viaja en busca de un antiguo mar. Su recuerdo la abre las carnes, pero prefiere sonreír porque está cerca. Porque es libre para atreverse a escapar, a viajar y no volver, a quedarse a su lado para siempre. Jamás ha visto el sur tan esplendoroso. Un aire diáfano, transparente. De menta. Tanto cielo, y sol y ese mar que no se cansa de contemplar desde la carretera al sur. Ya quiere estar con él. Cree no poder llegar hasta la playa. Mejor contarle todo ahora, que vea en sus ojos todo lo que ha grabado desde deje-la-casa-con-las-ventanas-de-par-en-par hasta este soplo de lucidez insana. Se concentra en el volante y. Abre bien grandes los ojos. Acelera. Conduce. Vira. No por la ruta. Sino hacia más allá de la cornisa.



Viajo en busca de un antiguo mar
Tu recuerdo me abre un sentimiento
Soy de todos porque de nadie soy
Tengo a mi libertad por alimento









[1]CANCIÓN: Rumbo al sur. Letra: Pablo Guerrero, en Ana Belén (2007). Anatomía. Sony BMG España.

SISMO

Hoy vamos a tocar un tema candente, señores: ¿qué hacer cuando se nos mueven los cuadros, el piso, la araña, la planta que pende?
Nos visita hoy el mismo señor que ya nos habló del gas una vez, pero está aquí para advertirnos sobre los males que un sismo puede acarrear.

- ¿Qué hacer antes del movimiento sísmico?
- Lo primero que hay que hacer es informarse. Saber que un sismo ocurre cuando las placas tectónicas chocan es de vital importancia en estos casos.
- No entiendo lo de la placa chocadora. Sigamos.
- No se deben tener objetos pesados en estanterías elevadas.
- Yo conozco un caso de un primo que perdió parte de su masa encefálica, que de por si nunca había sido mucha, cuando de una estantería se le vino encima una bocha de heladera que había heredado cuando repartieron las cosas de la abuela.
- Revise la estructura de su vivienda.
- Aquí debo discrepar con usted. Esta misma tarea se puede llevar a cabo luego del terremoto, el cataclismo, la destrucción total, ya que las vigas y hierros quedarán al descubierto y a simple vista del ojo humano. ¿Se les puede hacer juicio al arquitecto, constructores y albañiles?
- Tener preparado un botiquín de primeros auxilios, linternas, radio a pilas y medicamentos en caso de estar tomándolos.
- Creo conveniente aclarar que este botiquín no debe estar en la estantería antes mencionada. Sería un real infortunio quedar noqueado por el mismísimo botiquín salvador si uno hubiera salido semi ileso del sismo.
- Hay que tener previsto un plan de evacuación en caso de emergencia y un lugar de reagrupamiento asegurándose que estén todos en conocimiento del plan.
- Desde Radio Luz esperamos que esta situación no de lugar a la viveza criolla. Se han reportado casos de maridos que no comunicaron tal plan a sus esposas, quedando éstas bajo una mesa y/o viga por días antes de ser rescatadas en cuerpo y alma en el mejor de los casos. También es importante tener en cuenta que en caso de padecer amnesias u olvidos propios de la edad hay que elaborar alguna estrategia para que aquellos en desventaja no se olviden del plan, no se olviden del lugar de reagrupamiento ni se sumen a otra familia ya reagrupada. Ha habido casos de recomposiciones familiares no planificadas o de amantes que aprovecharon el sismo para reagruparse en otro sitio transitoriamente.
- Puede ser.
- Y ahora una pregunta espinosa si se quiere, ¿qué hacer durante el movimiento sísmico? Ya tengo el casco amarillo puesto, el botiquín en la mano, un plano de la casa, los papeles de la Municipalidad aprobando la indestructibilidad de mi vivienda, ¿me siento a esperar que venga el sismo y le hago frente?
- Lo primero es mantener la calma.
- Genial. No hay que preocuparse entonces, quizás es mejor una siesta y esperar que pase tanto movimiento geológico. ¿Pero, y qué se hace si es otro quien entra en estado de pánico? ¿Es necesario pacificarlo con un golpe botiquinero?
- Además, si está dentro de un edificio quédese adentro, si está fuera permanezca fuera.
- O sea que aquellos que se la quieran dar de solidarios, por decirlo profanamente, no podrán lucirse. Buenos samaritanos, abstenerse. Aunque me asalta una duda existencial, ¿qué debo hacer si ya he comprobado que la estructura de mi casa es endeble? ¿Debo esperar a que la misma se derribe sobre mí para luego iniciar el plan de evacuación portando el botiquín con el que desmayé a mis hijos?
- No utilice el ascensor.
- No cuento con tal lujo, además soy claustrofóbico.
- No se acerque ni penetre en los edificios para evitar caídas de objetos peligrosos.
- Eso sería un asesinato premeditado. Ya sabemos que hay que bajar desde las alturas cualquier objeto que nos produzca la muerte instantánea.
- Si transita en vehículo, deténgalo en un lugar seguro evitando cruzar puentes.
- ¿Y qué sucede si el conductor sorprendido por estas oleadas de la corteza terrestre advierte que un árbol de cincuenta metros de altura y dos postes de luz están por caer sobre su auto? ¿Debe esperar a que impacten y luego salir? Creo que falta claridad y sentido común, discúlpeme que le diga.
- Si se encuentra en la vía pública, no corra.
- Esta medida es discriminatoria. Se puede leer que solamente quien está en la vía privada puede correr a refugiarse, puede saltar las grietas que encuentra a su paso, mientras que el ser humildemente público debe dejarse caer hasta el mismo centro de la Tierra. No me parece.
- Aléjese de vidrieras y edificios teniendo especial cuidado con el tránsito vehicular.
- Esto es una incoherencia. ¿Cómo podremos alejarnos de vidrieras y edificios si se nos está prohibido movernos? ¿Corremos o no corremos? Por otro lado, hace instantes recomendó que los vehículos deberíanpermanecer detenidos, por lo que se entiende que no hay que preocuparse por el tránsito. ¿No provocará todo esto un gran embotellamiento de conductores y transeúntes inmóviles en toda la ciudad?
- Una vez que pase el sismo.
- ¿Y si no pasa el tan mentado sismo?
- Una vez que pase, compruebe que no se encuentren heridos a su alrededor.
- ¡Pero si no nos podemos mover!
- Compruebe el estado de los servicios, tales como la luz, el gas, el agua. Hágalo en forma visual pero no ponga nada en funcionamiento.
- ¿Qué pasa si se me ha dañado la vista, ambos globos oculares? ¿Recurro al sentido del tacto? ¿Y si tengo mis manos atrapadas e incrustadas dentro del botiquín? Le recuerdo que si el sismo se produce de noche, se dificultará la visual, por lo que se torna imperativo prender la luz, con el sabido riesgo de explosión atómica en caso de pérdidas de gas. Además, si uno llegase tener a mano una vela, habría una explosión dantesca que podrá ser mitigada si hay una pérdida de agua. La linterna no funcionaría por rotura del foco en su interior más otros accidentes de público conocimiento. Señores oyentes, la situación es muy compleja. Mejor, múdese a una región del planeta libre de sismos.
- No utilice el teléfono, a menos que sea para situaciones de extrema urgencia.
- ¿Qué le parece? ¡Un terremoto, y en su propia casa!
- Recuerde que después de un fuerte terremoto siguen unos pequeños denominados réplicas, que pueden ser causa de destrozos adicionales.
- Yo creo que nuestra audiencia ya debe estar en estado de movilización y alerta. A esta altura es mejor que nos mate la bocha de la estantería, que un vidrio nos atraviese la médula antes de sufrir con el sismo y sus réplicas con garantía de autenticidad fotocopiada.
- Para cerrar, hay que evitar cables eléctricos o acercarse a cualquier objeto metálico que pueda estar en contacto con la electricidad.
- ¿Pero usted no entiende que para esta altura ya está todo derribado, uno ya ha sido reducido a un modelo de reloj extra chato? ¡Y el botiquín sin usar!
- Nada más para decir.
- Muchas gracias por su visita.


Audiencia toda, si presiente un sismo, arrójese al vacío, y en la caída libre trate de embestir aplastativamente a un transeúnte y así lo salvará de tantos males innecesarios e inhumanos. Matará dos pájaros de un tiro, el suyo y el del otro.
Sigamos con nuestra programación.

Puntualidad terapéutica

Volvió de la calle. Esa calle fresca, con gente cubierta hasta las orejas. Bufandas grises y negras. Tapados verdes. Pantalones de corduroy. No reparó en las miradas que esas ropas abrigaban porque estaba apurado. Apuradísimo. Terriblemente agobiado por una agenda que parecía sumar horas y compromisos, y eventos, y llamadas, y reuniones, y citas por sí sola. Y volvió de la calle.
Ya en su casa, se sacó su sombrero y lo colgó en el perchero con espejo. Se detuvo un instante. Miró el reloj abrazado a su muñeca izquierda. Chequeó la hora en su teléfono celular. Por el espejo que le devolvía una cara rígida, con líneas de expresión puestas en corralito, le dio una ojeada al reloj de la cocina, ese reloj que se había ganado en un evento de beneficencia para ayudar a aquellos que rara vez se preocupan sobre el caminar del tiempo, ¿Qué hora es? No se, no me importa. Me levanto a trabajar cuando sale el sol y termino cuando ya está cayendo la tarde.
Tuvo la necesidad de revisar su agenda electrónica para verificar que su próxima cita era a la hora que él pensaba. 18.45. Sus pasos en la sala hacían eco, parecía como si cada sonido se lanzara hacia el alto y blanco cielorraso y de allí rebotara por esas paredes blancas sin fotos, sin señales de veranos, con ventanas con las cortinas totalmente cerradas para que la luz no ingresara, incluso si ya quedaban cuatro rayos perezosos en el ambiente frío exterior.
Fue hasta su habitación al final de la galería. Miró el reloj-despertador al lado de su cama y comparó el dato que titilaba en rojo con el de las manecillas de su reloj en su muñeca izquierda. Revisó nuevamente su celular y antes de cerrarlo, no pudo evitar posar sus ojos sobre los dígitos de aquél aparatito cuyo grave sonido lo despertaba cada mañana. No. No lo despertaba cada mañana. Cuando sonaba, él ya estaba despierto, para corroborar su exactitud y acelerar la mañana para ser el primero, el adelantado, el descubridor, el prócer de la puntualidad entre tanta desatención al tiempo social. ¡Siempre tan puntual usted, doctor!
Cuando quiso acordar, ya el reloj pulsera marcaba las 18.30. Decidió ponerse nuevamente el sombrero pacientemente en espera en el perchero. Calculó que tardaría diez minutos en llegar hasta el café donde se encontraría con aquellas, sus nuevas amistades. Estaría cinco minutos antes para ver cómo cada uno llegaba, en qué orden, con qué excusas por la tardanza emanada de tanto frío, tanta garúa caprichosamente intermitente. Y él los miraría con dulzura porque nuevamente se sentiría a salvo navegando en un gran reloj a bordo de tantas caras apostadas en el derrotero de las agujas.
No reprocharía. No diría que él había llegado primero que todos. Era él quien estaba por todos cinco minutos antes, aunque les diría que recién había llegado, a eso de las 18.46. Que él® era así. Que ya era su marca registrada.
Es que nadie se atrevería a decir (¿cómo hacerlo?), él no se aventuraría a confesar con liviandad mundana, que llegaba a tiempo con tal de no morir en su gran casa blanca-silencio. Cuando explicaba que recién llegaba, ocultando esa exquisita puntualidad, se debía ver que sus labios parecían, al mismo tiempo, revelar algo más profundo: llego a horario a todos lados para estar menos tiempo solo.

viernes, 17 de abril de 2009

The Editor


The far-away man with perfect teeth is all wet. It is raining, and he is tired of the water. His short blond hair has become an exhausted sponge, and rivers of water from the sky run down on his face. He does not care. He does not try to dry himself. He does not try to escape from the rain. He is just standing there and staring at the façade of that house.
The far-away man with washed eyes is still wet and wondering. Wondering if he should ring that damn doorbell or wait until being seen, until someone comes out and asks him what he wants, what he is doing there out in the rain, why he does not go home, why he does not come in and gets dry and has some tea and home-made cake, freshly baked.
The bell rings. It rings because the index finger in the left hand of our man keeps it ringing for two seconds, and then it rings so someone inside is touched and goes to the door to see who is interrupting this agony in the depths of autumn.
The woman inside the house, who hears the bell ringing, stops writing in the computer, somehow annoyed, stands up and, before closing the door of the room where her husband has been sleeping every night for many years, and seeing him sleeping, covered with a bedspread she made when she had nothing else better to do, she walks on to the dining room, and through the window recognizes our far-away blonde man, with his perfect teeth and that look in his eyes impossible to avoid.
And she thinks that she cannot decide whether to open the door or signal to him through the window. That she does not want to see him all wet like he is. That she would like him to catch a cold so she would look after him in the room next to her husband's, where she has been sleeping every night for many years. That she does not want the bell to ring again, but she has been thinking way too much and the water man presses again the button that makes the bell scream like mad with that hoarse, opaque, all dry voice.
She knows him. She has been seeing him for years at the library. She gave him her card and told him she could be of help in editing his stories. She lied to him. I’m not married, I’m divorced. I rent the room to a traveler once in a while, but I work at home as an editor for a newspaper in the capital city. I write poetry every time I realize it's time to sleep and to travel to the West.
She leans her hand on the bronze door handle. She lets her face lean forward onto the white door and feels the man's back resting on the wood that is now wet because of the drowning shirt of someone who has come asking for help. She thinks that she cannot resist it. That she does not want to. And she opens the door.
There he is. An angel with no wings, no curls, no white clothes, no chubby pinkish cheeks, just standing. Before her eyes, the far-away man is an invitation to be accompanied by someone in this grey, depressing, lasting day. The man only smiles and shows his teeth, and his wet hands, and his eyes that seem… that she does not know what they seem. She thinks that they are attractive. That the man will not stand any longer underneath this sky that keeps filtering water.
She says hello almost imperceptibly, invites him to come inside and, before closing the door, she looks around and notices that curtains move in a house across the street. What a gossipy lady. Her window has eyes. The woman knows what other women say in the neighborhood. They have insinuated it to her, but she gives no answer. She just stares at them and goes her way, giving her card out to writers she meets in cocktail parties and at the local library. That it is not the best thing she can do, she knows. That she does not find any other way out, she also knows. She would have liked an ideal husband, one of living flesh and bones. But all she has is an absent, depressed man, lying in bed. A man who, for years, has only got out of the room where he is quartered to check that there are no gas leaks left on purpose. Because that man, her loyal husband, gets in touch with her very few times. Knocking once on the wall, he lets her know that he is hungry, thirsty, or that she can take his plate away. Knocking twice means that she can enter the room, clean it, take the pajamas and change the sheets while he bathes and sleeps in the bathtub. Sometimes he talks to her, asking for the newspaper or the radio. No more. No less.
The blonde man asks her for a towel. She runs diligently and brings him one, and dries his hair and face. He does nothing. He did not expect so much attention. She takes his shirt off. He takes his shoes off. She covers him with a checked blanket and tells him to sit down. She makes some tea. She cuts a generous portion of chocolate cake with strawberries and cream. Before coming back into the living room, she looks in the corridor mirror and checks her blouse, now with a lower cut. When she gets into the room, the man is leafing through a magazine, and when he sees her, he gives her a perfect grin lighted up by transparent blue sparks. She says thank you. She enjoys looking at him drinking tea and eating cake so naturally, as if he always visited her. It is the first time she sees him after that day when she gave him her card.
She sits closer to him and spoon feeds him. The man does not resist it. He thinks that he does not want to. That he has no better idea for such a rainy and heavy day. That it may be a good story she will edit later. Perhaps it is a technique.
The loyal husband wakes up and thinks he can hear a whine or sob coming from the living room. His wife may have temporarily adopted a cat from the street, one of those cats that protect themselves from the rain standing under the door header. He thinks that it might be good for her, for every week he hears kittens purring in the living room or in the bedroom next to his. He smiles and covers his head with the bedspread that his devoted wife gave to him many years ago.
The man gets dressed with other clothes, dry clothes that she brought from her bedroom. She tells him that he cannot come until next week because she has many other stories to edit from other writers who will come. That he cannot call, that he can come without notice and that he can bring his works.
The man kisses her goodbye, goes away smoking, looks at her with a charming smile and thanks her with a signal made with his perfect hands.
The rain has stopped. She is ironing in the kitchen. It is night already. She hears a knock on the service door. It is a writer. Another one. She opens the door and he comes in. Leave your work here, on the night table. Now lie down.

jueves, 9 de abril de 2009

Cardiff


Heme aquí en Cardiff Bay.

Disfrutando del sol de la mañana galesa.

lunes, 6 de abril de 2009

HORNBY Presentation

Hablando sobre el STATUS OF ENGLISH.

IATEFL Cardiff

La crisis llegó redujo considerablemente la bandera de entrada. La mujer en cuestión es Chetna del British Council Manchester